Me casé joven, a los diecinueve años, con un buen hombre. Ha sido la persona más generosa que he conocido. Me amaba y mimaba tanto que tal vez lo hacía en exceso. Tuvimos dos hijos, David, un niño rubio y Elisabet, una morenita de ojos claros.
Pasado un tiempo y a una edad demasiado temprana, Manel, mi marido, contrajo una enfermedad neurológica grave. Trastornando así su vida y también la mía.
Sé que el destino existe, y lo creo por que se nos dan una serie de circunstancias, de las que en absoluto somos partícipes y que inevitablemente van a condicionar nuestra propia historia, por ejemplo: no podemos evitar nacer o morir, no podemos elegir a nuestros padres y ni tan siquiera a nuestros hijos, ni en qué lugar del mundo nacemos, ni si lo hacemos en el seno de una familia numerosa o si por el contrario somos hijos únicos, tampoco podemos elegir nuestra salud, no podemos evitar una desgracia o que nos favorezca la suerte, etc., etc. Todos estos encadenamientos van configurando unos sucesos.
Es verdad que nuestras propias decisiones dan al individuo la libertad de elegir, pero incluso estas, se nos limitan con el grado de nuestra inteligencia y también de la cultura recibida.
Leí una vez, que somos infelices, cuando no seguimos la que debería ser nuestra ruta. Puede que haya algo de cierto en eso, por mucho que te empeñes en seguir un camino, si no es el acertado, no serás nunca feliz.
Tal vez, deberíamos dejar fluir a los acontecimientos, sin por ello ser unos irresponsables. El mundo tiene unas leyes establecidas, todo sucede como tiene que suceder. Todo tiene un por qué y el ser humano, no se salva de estas leyes. Aunque difícil de entender, no deja de ser maravilloso.
Maktub, (lo que está escrito) lo llaman los árabes