Estamos a mediados de septiembre, hoy en Cabdella hace un día esplendido de temperatura suave, anoche llovió y en la cumbre del Montsent –La formidable montaña de casi 3000 metros de altitud- aún queda niebla, pero el sol sonríe al paisaje, el aire y la hierba desprenden un perfume delicioso y por todos los lugares se escucha el canto de los pájaros. Yo, siento dentro de mí, una dulce libertad…
Pocas cosas me causan tanta alegría como la atrayente mirada a la naturaleza. Todo es esencia.
Tengo una ventana al este. Delante de ella pasean las cuatro estaciones, exhibiendo cada una un paisaje fabuloso y diferente como si de una competición se tratara. Desde esta atalaya, puedo contemplar como nace la luna llena en la cima de una montaña altísima, mientras se escucha el susurro continuo del Flamisell, –uno de los tres ríos que abrazan Cabdella-. En otoño, la visión que ofrece el bosque es entrañable, con un escenario de colores bellísimos que hubiese inspirado al mismo Walt Whitman en Hojas de hierba y que a mí, me enamora. Y que puedo contar del blanco diamantino de la nieve en las noches estrelladas de invierno… O de cuando siento un estremecimiento delante del espectáculo enfurecedor causado por la presencia del Torb y el ruido que acompaña a este fuertísimo viento del norte… Todo parece sacado de un cuento de hadas.
Un fenómeno muy bonito, fué cuando una vez nevaba y el sol se abrió paso entre un resquicio y la combinación de sol y nieve originó arcoíris múltiples, transformando la atmosfera como si fuera purpurina de colores, y yo hechizada me sentía como Alicia en el país de las maravillas.
Observo a Rus -nuestro setter inglés- que corretea contento por los prados en busca de alguna cosa, y a mí me vuelve aquel agradable sentimiento de libertad.